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Una mañana de mis 16 años salí al patio y lo encontré hecho una bolita casi moribundo, había caído de un nido... ni corta ni perezosa encendí la hornilla, lo lié en un trapo y lo puse en una sartén a fuego bajo.
Milagrosamente el pajarito no se achicharro, así que comenzó mi experiencia como mama pájaro: lo atiborraba de pan migado, dormía en una cajita junto a mi cama, lo llevaba dentro del bolso a todas partes... hasta que un día empezó a revolotear.
Yo sentía una mezcla de orgullo de madre y miedo a perderlo para siempre, pero el no se iba, volaba pero volvía. Mientras paseaba en mi bici se posaba en el manillar y claro me veía presumiendo delante de mis amigas como si llevase un halcón peregrino :)
Otra mañana de mis 16 años lo llame y no vino. Imagino que conocería a alguna pájara mas afín a su naturaleza.
Entonces entendí por primera vez que nada nos pertenece... y surgió Valsapena.
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