El hombre árbol


Eráse que era un hombre que nació engendrado de la fuerza del viento y de la salinidad de la mar y que creció desgajado de las matas que cubrían los cerros de la comarca en que vivía.-

Fue feliz en su niñez y casi sin pensarlo llegó a su adolescencia, épocas en que el corazón tuerce destinos de tanto andar a desatinos.

Y una vez, mirando la mar tras el cristal de la inocencia vio reflejado en él un rostro femenino del que se enamoró, mas, al voltear su rostro para conocer la dueña de lo que lo había deslumbrado, se encontró con la nada que lo esperaba.

Tal fue su desazón y su tristeza y tan negros se volvieron sus pensamientos que deseó ser árbol para no tener sentimientos. Los dioses, prolijos, escucharon su deseo, pero misericordiosos de lo novel de peticionante, resolvieron no concederlo sino hasta momento mas oportuno.

Luego los azares de los tiempos lo llevaron a bañar sus pies a la orilla de un ancho río y a sudar su piel en los estíos urbanos.

Sus músculos se fortalecieron, sus cabellos emblanquecieron, su cerebro creyó engrandecerse con ideas e ideales, pero sus ojos, que pocos suelen ver, siempre llevaron una lánguida tristeza y aquella imagen reflejada en el cristal de la inocencia, ante el mar..

Un día de entre todos los días, creyéndose fuerte y sabio, penso que ya era el tiempo de hechar raíces y prolongarse en otras generaciones.

Y nada fue mas cierto que ello, los dioses decididos a conceder el antiguo deseo, en el mismo día en que el hombre celebraba sus paganos esponsales, en la misma noche en que su estirpe comenzaba a crecer, sus pies tornaron a hundirse en la tierra, sus manos se trocaron en hojas, sus brazos en ramas, su pecho en tronco, endureciéndose todo él un poco cada día mas.

A simple vista y para todos, el hombre seguía siendo el mismo, cortes, cuidadoso, diligente, pocos, por no decir casi nadie percibían que los movimientos de sus brazos y manos eran ramas agitadas, que su voz no era mas que el paso del viento entre el follaje, que su cana cabellera no era sino el efecto de un temprano otoño sobre hojas alguna vez enverdecidas.

Solo muy dentro del tronco que el árbol sostenía, un pequeño flujo de savia, se mantenía siendo humana sangre y le daba esperanzas al hombre árbol, de alguna vez volver a ser solo hombre.
Y ese flujo que no moría, lo recorría permanentemente y a medida que el hombre árbol iba hundiendo su ser bajo la tierra, sus raíces, raíces de hombre al fin, buscaban aflorar, contradiciendo su condición vegetal.

Así es que de tanto en tanto, en distintos lapsos y por distintos lugares, del feraz suelo asomaban, primero tímidamente y luego con centelleante velocidad, alguna de sus raíces y momentáneamente tomaban forma humana.

Casi siempre estos aconteceres ocurrían en oscuros atardeceres, de esos en que el alma torna a ponerse melancólica y a buscar refugio y cobijo junto a otras almas.

Y esas fugaces apariciones de forma humana, envolvían con dulces melodías a toda doncella que por su rededor alcanzara a pasar, la seducía en el embrujo de su melancolía, y se consumía en el acto carnal en que sus cuerpos se hundían. Grande era la sorpresa de aquellas doncellas amantes que al despertar de su apasionado encuentro se encontraban solas en el sitio en que sus cuerpos habían gozado.

Y ello continuó ocurriendo de tanto en tanto por diversos lares de la tierra, y en cada uno de ellos las doncellas amadas guardaron recuerdos gratos de lo acontecido y por siempre perduró en su memoria la fugaz presencia de ese amante ido.

En cierta oportunidad precisa en que este milagro se realizaba, la humana figura nacida en el soliloquio de la raíz que surgía de la tierra, se prendó de una manera tal de la doncella que lo rondaba, que rogó en su humano pensamiento por la muerte del árbol que lo originaba.

Y el tal ruego fue oído, los dioses que dominaban los aires se juntaron con los diosas que habitaban las nubes, todos al unísono, en divina conjugación, engendraron una tormenta de una magnitud tal, que en muy poco tiempo el viejo árbol del que la raíz surgía fue desgajado y corroído por inclemencias y por desavenencias de los elementos que lo componían.

Entonces al fin pudo, la raíz mantener su forma humana, pero los dioses, a pedido de las diosas de las nubes que abrogaban en defensa de las doncellas anteriormente amadas, castigaron a nuevo humano no permitiendo que sus pies se formaran, continuando estos siendo solo raíces.

Por un tiempo, en el idilio del amor en que estaba prendado, ello al hombre no le importó, y creyó poder superarlo.

Pero las raíces que lo mantenían en la tierra, tenían un destino marcado y al continuar profundizando su sujeción al humano, continuaron también muy de vez en cuando, repitiendo la historia de asomar sobre la tierra, tornarse fugazmente en humanas para yacer y consumirse en el cuerpo de aquellas hembras que se le acercaran.

Y así sucedió por los siglos de los siglos, aun cuando los dioses y las diosas del hombre árbol se hubieron olvidado, y así convencido quedó este de que ese su destino era y al él se acomodó.

Mas en una ocasión en que una de sus raíces repetían su antigua historia de tornarse momentáneamente humanas sobre la faz de la tierra, la figura allí surgida se encontró con el viejo rostro que su adolescencia viera reflejado sobre el cristal de su inocencia, el rostro desde antiguo amado y sintió sobre su rostro sus manos, y aspiró el perfume de su piel y rozó los placeres de su compañía y volvió a sentirse el feliz adolescente que del rostro se había prendado.

Pero su esencia de hombre árbol se mantuvo imposible ya de ser olvidada luego de tanto tiempo vivido y sabiendo, por la experiencia, que de consumar su amor tan deseado volvería a tornarse nada y a dejar en soledad de soledades al rostro amado, quiso retrotraerse a su condición de raíz.

Nuevamente los dioses lo escucharon y nuevamente su deseo le concedieron, siendo este el último y final que le concederían, y la forma humana volviose nuevamente raíz y se hundió en la tierra, y junto a la dueña del rostro amado, nació un cactus de largos brazos al cielo extendidos, como en un interminable ruego.

Dicho cactus, solo una vez florece, con una radiante y blanca flor orlada de múltiples pétalos, y lo raro de esa flor es que nunca muere ni tampoco es posible arrancarla de la planta y solo puede ser vista por ojos como aquellos que tiene el rostro siempre amado.

Nunca mas se supo que fue del hombre árbol ni que de su vida fue, pero si prestas atención cuando entre la multitud caminas habras de ver a un hombre que solitario deambula portando en su mano un cristal de inocencia tratando de hallar en él un rostro amado.

Sergio Omar Otero




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